jueves, 23 de noviembre de 2006

el texto de Rodrigo

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Foto: Rodrigo Fernández B



Habiendo compartido un profundo y prolongado suspiro de dolor, con las tantas personas que sentimos su partida, extiendo mi abrazo con estas palabras, escritas la tarde que se subió a la montaña para acompañar a Riaño hasta el cielo.

Que no nos falte ni aquí, ni en el lugar en el que se encuentra.

Tarde que temprano, las luces que puso en el camino del destino, nos alumbraran las múltiples rutas que marcó en nuestra suerte.

No se fue tan rico, para dejarnos tan pobres.

Se nos fue Alberto Riaño.

No se despidió de nadie, no pidió permiso, no merecía sufrimiento ni dolor alguno, se fue a la voz del último llamado para abordar la nave del nuevo viaje, de este misterioso y especial adiós, sin tener que rendirle cuentas a nadie.

Así tenia que ser, ni siquiera él sabia que su risa y energía -puntuales y severas, siempre proyectadas hacia delante- serian truncadas por el simple placer del agua y el fuego en el sagrado rito del baño.

Compartía con cientos de amigos y personas que estuvimos en vida y obra, algunas veces batallando, otras, simplemente disfrutando en las múltiples formas de la vida. Justamente allí es en donde nos coloca, con sus ensambles y soldaduras, en el frio, duro y poético filo de la vida. No en vano ha replantado un bosque en nuestro entorno y existencia, sólido y metálico, diáfano y paramuno.

Se nos fue Riaño pero no para dejarnos solos, auque así nos sintamos, tal vez para hacernos un campito allí, a donde quiera que fue.

Ahora que nos duele tanto, sabemos que iremos junto a él, porque nos abrió un campito en las buenas y en las duras, porque tarde que temprano iremos a tocar a su puerta, que muy seguramente ha forjado, para recibirnos en este y otros lugares. También para encontrar a nuestros muertitos y ponerlos a bailar al son de nuestro llanto.

Gracias Riaño. Yo lo vi, y estoy seguro que usted nos vió en su última gran convocatoria, en abrazo fraterno y profundo, dirimiendo pesares, atónitos, aferrados unos a otros, todos en uno, al unísono ritmo de estos pálpitos, a la voz del coro de su silencio plácido.

A sus padres, a Diana, a María, Alejandro y Santiago, familiares y amigos que sentimos su vacío, pero también su presencia.

Alberto Riaño nos abraza nuevamente para siempre.

Rodrigo Fernández B.
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Foto-montaje cámara de celular. Parque Museo del Páramo. La Cumbrera - La Calera. R. F. B.

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